miércoles, febrero 15

Cuento de San Valentín


Érase una vez un guapo mozo, con altas de miras y ambicioso, convencido de que su destino no podía vagar junto al de los otros mortales. De tanto reinar sobre cómo llegar a cumplir su sueño de acaparar fama y fortuna, dormir no podía. Hasta que la oportunidad tuvo de conocer a la damisela de sus sueños. O, mejor dicho, la que le iba a permitir cumplir sus sueños: una princesita candorosa e ingenua, inocente y confiada, perteneciente a una casa de rango y abolengo que, exultante porque su niña por fin encontrara su príncipe azulgrana, con los ojos cerrados la entregó al doncel.
¡Por fin, el sueño del mocito podría tomar forma! Y así, desde el día siguiente a sus nupcias de cuento de hadas, el mancebo, cual laborioso arácnido, y a hurtadillas de su amada, empezó a tejer pacientemente una fina y enmarañada tela de araña que, poco a poco, le fue reportando los frutos soñados en forma de jugosas riquezas que, cauteloso, ni a su cándida esposa revelaba. Hasta que un día, bajo el peso de la diosa fortuna, la telaraña cedió y, el mozo ya hombre, de ella cayó quedando con cara de leño y el as de oro al aire. Mientras, su desconsolada dama se sumió en un sombrío bochorno por no haber nunca advertido las conspiraciones excesivas de su esposo.

Continuará...

Por Víctor Pérez - © 2012 en adelante



martes, noviembre 15

Tierna inocencia...



-          Papá, ¿los empresarios son útiles?
-          Sí, claro.
-          ¿Y para qué lo son?
-          Pues, para dar trabajo a los trabajadores.
-          ¿Y por qué ellos pueden darles trabajo a los trabajadores?
-          Pues, porque montan negocios, empresas y fábricas.
-          Sí, pero para montar todo eso necesitan mucho dinero ¿no?
-          Sí, claro.
-          ¿Y de dónde lo sacan?
-          Pues si no lo tienen, los bancos se lo dejan.
-          ¡Ah! ¿Y, los bancos de dónde consiguen el dinero?
-          Pues supongo que de los miles de ciudadanos que cada mes depositan en ellos el dinero que ganan.
-          ¿Y dónde ganan toda esa gente su dinero?
-          Pues trabajando en los negocios, empresas y fábricas que los empresarios montan.
-          Ahhh… Creo que no lo entiendo, papá.
-          Pues, ahora que lo dices, hijo, me parece que yo tampoco…

Por Víctor Pérez - © 2011 en adelante

viernes, enero 7

Examen de economía

Veamos, he repasado los apuntes de macro y microeconomía. Tengo los datos de Wall Street y los del Dow Jones. Me faltan los del Nikkei y los del IBEX. Ya solo necesito buscar información sobre economía sostenible, economía social, proteccionismo y librecambismo. Aquí tengo privatizaciones, inversión extranjera, desempleo y distribución geosocial. Bueno, parece que está todo. Ah, me falta el Brent. ¡Voy a acabar loco!
- Cariño ¿has visto mis apuntes sobre el barril de Brent de esta semana?
      - No. Por cierto, ¿cuándo te toca?
      - Mañana, a las diez. Y ando muy justito.
      - De verdad que creo que deberías buscarte otro peluquero. Uno que hable de fútbol, como todo el mundo, y no de economía.

Por Víctor Pérez - © 2011 en adelante
  





sábado, noviembre 27

Una extraña pareja

- Pero es que yo te quiero y quiero pasar el resto de mi vida a tu lado.
- Ya sabes que yo también, cariño, pero debemos madurarlo. Tus padres y los míos son demasiado mojigatos y debemos prepararlos.
- Pues a mí me da igual lo que piensen nuestros padres. ¡Si nos quieren deberán aceptarnos como somos! ¡Al fin y al cabo, hasta los matrimonios entre homosexuales están ya legalizados! Además, incluso tenemos ventajas si un día decidimos adoptar un bebé: nuestro hijo no tendrá problemas con los demás.
- Lo sé, lo sé, pero tienes que admitir que somos un caso muy particular. No somos una pareja demasiado convencional.
- ¿Y qué? A lo mejor hay muchos casos como el nuestro. Hasta podrían salir del armario cuando nos casemos.
- No sé, cariño, no sé. Pese a que somos una pareja ideal, yo muy viril y tú con mucha feminidad, me da miedo.
- Ten en cuenta que, salvo para nuestras familias y nuestros amigos, podemos perfectamente pasar por una pareja de lo más normal. Nadie tiene por qué darse cuenta de que tú eres lesbiana y yo gay.


Por Víctor Pérez - © 2010 en adelante

domingo, noviembre 14

Crisis

Este mes, una vez más, voy fatal. Además, mañana tendría que pagar el seguro del coche. Sin contar que, como todos los meses, tengo el alquiler del apartamento y que girarle a Susana la pensión por el niño. La luz y el teléfono. Y solo me ingresarán el paro el día 10. Los 1.165,72 euros no me durarán ni un día. Nadie me ha contestado a los cerca de 300 currículos que he enviado. Las empresas de trabajo temporal tampoco me dicen nada. ¡Qué asco!
- Enjuáguese.

Bueno, sí, está esa que me ha ofrecido nueve días de vigilante en un supermercado de 6 a 9 de la mañana por 189 euros para los nueve días y van, encima, y me llaman para decirme que se ha aplazado todo y que ya me llamarán. ¡Son unos vivos!
- Enjuáguese.

Me tendría que comprar algo de ropa. A según qué entrevistas, si me llamaran, no puedo llevar la ropa que tengo. Está anticuada y desgastada. Cuando cobre me daré una vuelta por el mercadillo a ver qué veo. Al menos estará nueva.
- Enjuáguese.

De vendedor de más de 40 viviendas al año, al paro puro y duro. ¡Casi dos años en el paro! Ya no puedo ni ponerle gasolina al coche. Ahí está en la calle, pudriéndose de polvo y de arañazos. ¡Qué asquito!
- Enjuáguese.

Y a este, ¿cómo le digo yo ahora a este que no le puedo pagar los 38 euros por la muela que me acaba de arrancar y que me estaba matando? Creo que voy a gritar.
- Enjuáguese y escupa.



Por Víctor Pérez - © 2010 en adelante
A veces, parece que sacando la lengua se puede superar mejor ciertas dificultades.

viernes, octubre 22

El hombre invisible

Hace un par de días descubrí con preocupación que tengo poderes: de manera incontrolada, a ratos, me vuelvo invisible. Probablemente ya era invisible desde hacía algún tiempo pero no me había dado cuenta. Aunque lo que de verdad me hubiese gustado, ya puestos, era flotar en el aire. No como Superman, no. Solo desplazarme suavemente por el aire. Era mi sueño de toda la vida. Lo de ser invisible, aunque es fascinante, me preocupa, incluso me frustra.
Esta mañana, camino de la panadería me crucé con un grupo de escolares alborotados. Me dije que era una buena ocasión para poner a prueba mis poderes. Algo temeroso, me quedé inmóvil en medio de la acera. El grupo de niños y niñas me engulló sin darse cuenta de mi presencia. Uno de los chicos incluso escupió al suelo y el salivazo se estrelló sobre mi zapato. Otro, sin verme, el pobre, me golpeó con su pesada mochila haciendo que me bamboleara como un tentetieso durante unos instantes. Sin lugar a dudas, era mi momento invisible. Un poco más adelante, dos mujeres jóvenes salieron de la panadería charlando animadamente y yo, alentado por mi invisibilidad, a su paso hice lo que nunca en mi vida me atreví hacer: les lancé un “¡Guapas!”. Como era de esperar, las mujeres no me oyeron y continuaron su charla y su camino, imperturbables. Lo cual, en el fondo, no dejaba de incomodarme un poco.
En la panadería pedí la vez. Nadie me contestó. Como era de prever, ninguna de las seis o siete clientas que esperaban turno me vio o me oyó. Además de invisible, era inaudible. Volví a preguntar:
-¿La última, por favor?
Nada.
En eso que entró una señora. Hizo la pregunta de rigor:
-¿La última?
-¡Yo! – Contestó una señora bajita muy embarazada.
Por suerte, en el momento crítico se ve que perdí la invisibilidad:
- ¡Perdone, pero estoy yo antes! – Dije con recelo y sin convicción.
- Ah, usted perdone, señor. No le había visto. Cuando se llega hay que pedir la vez, ¿sabe? –Me soltó la embarazada bajita, toda dogmática ella.
- Ya, perdón, no me di cuenta - dije a modo de excusa por no explicar que a veces me volvía invisible. Por muy molesto que me sintiera, no iba a revelarles a todas mi triste secreto.

La verdad es que ya empezaba a cansarme de esos poderes. Era como estar un poco muerto y, a mi edad, eso me daba mala espina. En dos días me aburrí de ser invisible.

Por Víctor Pérez - © 2010 en adelante



Una particularidad de la vejez es la invisibilidad...

lunes, octubre 18

Secuelas profundas

Pertrechado con los accesorios de protección y los sensores biométricos, el viajero se embutió en la cápsula. Aseguraron las hebillas de su arnés y comprobaron que todos los parámetros biológicos y telemétricos eran correctos. Pese a su actitud despreocupada y a sus comentarios jocosos, su ritmo cardíaco estaba muy acelerado. En la plataforma de espera, sus compañeros no paraban de gastar bromas intentando demostrar que no le tenían ninguna aprensión al ejercicio que  iniciarían cuando les llegase el turno y por el que, como tantos otros turistas venidos también de muy lejos, habían pagado tanto dinero.
Y así, uno tras otro, cada tres horas, de día o de noche, los aventureros bajaban solos, estrujados en el estrecho vientre de la cápsula hasta las “profundas entrañas de la Tierra”, como rezaba la publicidad.
Una vez allá abajo, los “exploradores” permanecían durante dos interminables horas en el fondo desnudo y frío de la mina, envueltos por el sepulcral silencio del aislamiento que podían aprovechar para meditar. Los promotores garantizaban “una experiencia única y sobrecogedora” que, a tenor del semblante que presentaban los viajeros a su regreso, parecía bien real.

De vuelta a la superficie, cada uno recibía un certificado firmado “en nombre de los 33”, acreditando su gesta…

Por Víctor Pérez - © 2010 en adelante


Nota: este minirelato está asociado con esta entrada.

Oscuridad, silencio, soledad... 

viernes, agosto 27

Confursaciones...

De regreso del trabajo, se acomodó en su asiento y entornó los ojos para intentar jugar a su juego diario preferido. A su alrededor, como siempre, varias personas hablaban por teléfono. Ese día tuvo suerte:

- Pues sí, el niño no me come nada.
- ¡Eso lo arreglaría yo con un par de sopapos!
- No, si ya lo intenté pero ni así.
- Tú hazme caso: ésos, ¡solo entienden la mano dura!
- Y además, me tose un poco.
- ¡Si no te atreves tú, me planto allí y verás cómo dejará de toserte!
- ¿Lo harías? No sabes cómo te lo agradecería.
- ¡Solo tienes que decirme cuándo!
- ¿Qué tal mañana sábado a mediodía?
- ¡Allí estaré!
- No olvides traerte el estetoscopio. La comida la pongo yo.
- ¡Ya verás cómo ese bellaco dejará de molestarte!

A veces, en los lugares públicos como los trenes de cercanías, la mezcla de conversaciones telefónicas contiguas puede dar pie a pérfidos malentendidos…

Por Víctor Pérez - © 2010 en adelante

Una de las primeras centrales telefónicas, a finales del siglo XIX.




sábado, julio 31

Desolación

Hacía ya varios días que estaba apresada entre las púas aceradas de la valla de alambre de espino. El sol, implacable por esas latitudes, se ensañaba con ella intentando achicharrarla, pero su piel lacerada, aunque blanca y fina, era tersa y resistía sus embates. Por la noche, el viento, ese mismo viento que la trajo de no se sabe dónde, la zarandeaba, la sacudía, la henchía para luego vaciarla y dejarla caer, jugando con ella como si fuese un pelele. A su alrededor se elevaban gemidos espeluznantes que, desgarrando la negritud de la noche, se alzaban al cielo para exigir una paz que no llegaba. Y es que, a lo largo de los muchos y muchos kilómetros de la valla que bordeaba la autopista, en la más aislada soledad colectiva, como ella, varios miles de otras bolsas de plástico seguían atrapadas entre las púas desde hacía años sin que nadie nunca las liberara...


Por Víctor Pérez - © 2010 en adelante



Nota: este minirelato está asociado con esta entrada.

¿Hasta cuándo?


martes, julio 6

Compensación…

- ¡Jaja! ¡Si será tonto! Acaba de meter la mano debajo del cortacésped en marcha. ¡Se la debe de haber triturado!
- ¿De quién hablas, querido?
- Del vecino nuevo, ya sabes, el “pupas”.
- ¡Pobre hombre! ¿Estará herido?
- ¡Quita, quita! Hay gente que parece que se las busca. El otro día se electrocutó, ayer se dio un martillazo en un dedo, hoy casi pierde una mano. ¡El infeliz no da una!
- ¡Parece que disfrutas con la desgracia ajena!
- ¡Jaja! Tú siempre tan buena samaritana. Si es que no se puede ser más tonto. ¡Pobre desgraciado! Bueno, me tengo que ir que si no pierdo el avión. Ya me contarás si se lo lleva la ambulancia, ¡Jaja! Hasta la semana que viene, querida.
- Adiós, bondadoso. ¡Y dale recuerdos a tu secretaria...!

- Cariño, ¿me puedes decir a qué estás jugando?
- ¡Jaja! ¿Hoy también se lo ha tragado?
- ¡Si hasta casi yo me lo creo!
- ¡Qué ingenuo!
- ¿Así que no te has hecho daño?
- ¡Pues claro que no! Ya sabes que lo hago para compensarle.
- Un día vas a acabar haciéndote daño de verdad, ya verás.
- Tranquila, cariño, todo está bajo control. ¿Nos vemos luego?
- Pues claro. Un beso.
- ¡Otro!

Por Víctor Pérez - © 2010 en adelante

Sin comentarios...

domingo, abril 25

La mujer de rojo

Hacía ya varios días que la veía plantada en el mismo cruce de carreteras, casi siempre vestida de rojo, ofreciendo sus servicios muy personales. No era una chica espectacular pero era joven y, además, sabía realzar sus encantos.
Detuvo su coche junto a ella y bajó la ventanilla del pasajero. Ella, solícita, se acercó inmediatamente y se reclinó por la ventanilla luciendo su sonrisa más encantadora. No tendría más de 25 años.
- Hola, guapo. ¿Qué será? –preguntó ella.
Él, sonriendo, contestó:
- No, no es lo que piensas, no.
- Ah, entonces querrás charlar, ¿verdad?
- No, tampoco. Solo quiero que escuches una canción, si te apetece, claro –propuso él.
- ¿Una canción? Bueno, por qué no, en estos tiempos la faena no me mata.
- Solo serán dos minutos –anunció él mientras bajaba del coche y le abría la portezuela para que entrara.
Una vez en el interior subió las ventanillas y sin mover el coche de sitio la invitó a que se acomodara en el asiento y a que cerrara los ojos. Ella, aunque sorprendida, accedió. ¡Al fin y al cabo, cosas más raras le habían pedido! Él puso el lector de CD en marcha y entonces resonaron las primeras notas de "Found and gone", de Fred Mountry. La calidad del reproductor era buena y el volumen el adecuado. La chica, con los ojos cerrados, se dejó mecer por la bonita música. Pese a que el inglés no era su idioma, entendía perfectamente la letra de la canción. Él, de vez en cuando, con una sonrisa imprecisa, la miraba con el rabillo del ojo.
La canción acabó y durante un par de segundos ella permaneció con los ojos cerrados. Él bajó del coche, le abrió la portezuela y le tendió su mano para ayudarle a bajar. Luego le ofreció una caja de bombones. Una lágrima corría por la mejilla de la chica. Él subió de nuevo al coche mientras ella, con voz suave le dijo:
- Muchas gracias, me ha gustado mucho.
Conforme se marchaba pensó que a la chica probablemente no le interesaría saber que hacía muy poco había descubierto que su hija, de su misma edad, también se dedicaba a la prostitución en algún lugar de Europa.

Por Víctor Pérez - © 2010 en adelante

Pintura de Pino Daeni 

viernes, marzo 26

El precio de la pasión

Bajó del tren y vio que, a lo lejos, destacando su hermosa melena morena entre la multitud, ella le estaba esperando. Sin pensarlo dos veces soltó las maletas y, abriéndose paso entre el gentío, salió corriendo a su encuentro. Hacía más de tres meses que, por cuestiones de trabajo, había estado fuera de casa. Se fundieron en un abrazo y él, ajeno a todo lo que les rodeaba, la estrechó fuertemente girando con ella un par de veces. El bullicio se convirtió en murmullo y los avisos de megafonía anunciando trenes de ida y vuelta, de costumbre estridentes y molestos, pasaron casi inadvertidos. Solo oían los latidos de sus corazones, acompasados, al unísono. Y así estuvieron varios minutos, sin pronunciar una sola palabra, como flotando en una burbuja aislada en medio de la multitud. La gente, sonriente, les miraba casi con envidia.
Poco a poco, los viajeros y sus acompañantes fueron desapareciendo del vestíbulo de la estación de tren y las indicaciones de la megafonía dejaron de golpear la cúpula. Quedaron solos.
- Cariño –dijo ella de repente, con la mirada como perdida en la lejanía- debemos ir a la policía.
- ¿A la policía? –exclamó él, alarmado- ¿Y eso por qué?
- Tus maletas han desaparecido.

Por Víctor Pérez - © 2010 en adelante

¿Reencuentro? ¿Despedida? Chi lo sa!

domingo, marzo 21

Low cost

La policía conocía todos los trucos utilizados por los delincuentes en los aeropuertos. Particularmente los de sustracción de equipajes.
Oferta de fin de temporada: Barcelona-Milán por 18 euros ida y vuelta, tasas incluidas. Salida a las 7 de la mañana y regreso a las 8 de la tarde del mismo día. Tiempo más que suficiente para hacer turismo y algunas compras en las rebajas.
Ya de regreso, solo había que dirigirse hacia la zona de recogida de equipajes de la terminal T1 donde, en alguna de sus 16 cintas, cualquier maleta desamparada procedente quizá de mundos lejanos, solo esperaba a que alguien, fuese ya quien fuese, la recogiera.
En la salida de la zona de recogida, los tres policías se dirigieron unánimes al joven viajero de cabeza gacha cuyas pintas les parecieron desentonar con el vistoso maletín enruedado del que tímidamente tiraba:
- Buenas tardes caballero, ¿le importaría abrir su maletín? –le pidió, exquisito, uno de los policías cortándole el paso mientras los otros dos lo flanqueaban, entorpeciendo incluso la maniobra de otro pasajero que llegaba justo detrás, empujando con dificultad aunque con elegancia y distinción, un carrito cargado con tres enormes maletas, una marrón y dos azules.
- Por supuesto, señor, aunque la cerradura siempre me falla. Contestó el joven, aparentemente nervioso.
- ¿Qué lleva Ud. en su maletín? –preguntó uno de los policías.
- Pues…, ropa. –contestó el viajero mientras lidiaba con la cerradura numérica.
- ¿Qué tipo de ropa lleva exactamente, señor? –preguntó el tercer policía. ¿Podría Ud. describirla de manera precisa, si es tan amable?
- Sí, claro: llevo un par de vaqueros, una cazadora azul, un polo de color marrón y otro negro, dos pares de calzoncillos, tres pares de calcetines negros, un par de zapatos marrones del 43 y un neceser. – contestó el joven casi de carrerilla, ante el asombro de los policías, justo antes de que, por fin, consiguiera abrir su reluciente maletín.
Intrigados, los policías hicieron rápidamente el inventario del contenido del maletín: correspondía exactamente a lo descrito por el joven pasajero.
- Muchas gracias caballero, puede Ud. continuar su camino – le indicó el primer policía.
Unos minutos después, en el aparcamiento del aeropuerto, el joven se introdujo en una furgoneta en cuyo interior le esperaba sonriente un señor maduro y elegante. En la parte trasera de la furgoneta, tres enormes y espléndidas maletas, una marrón y dos azules, esperaban abrirse a la luz después de haber recorrido quién sabe cuántos kilómetros…

Por Víctor Pérez - © 2010 en adelante

domingo, enero 31

Second Life

Crecieron en el mismo barrio, cada uno por su lado. Se conocían de vista desde muy jovencitos pero nunca se hablaron. Sabían sus nombres y se gustaban. Ella a él mucho más que él a ella: él era un chico normal pero ella ya era de una belleza excepcional. ¡Inalcanzable! -pensaba él, locamente enamorado. Crecieron juntos pero siempre distanciados, vigilando el uno al otro con el rabillo del ojo y azotados por la timidez. Hasta que un día ella dejó la ciudad y se perdieron de vista. Y pasaron los años. Durante todo ese tiempo, él pensaba a menudo en ella, su amor imposible de juventud y ella en él de vez en cuando. Mucho después, ya bastante mayor, él, jugueteando, escribió su nombre en el teclado como quien arroja a la mar una botella vacía. Y allí, en la magia cibernética, como por milagro apareció ella, en otro país. Se armó del valor que le faltó cuando joven y se puso en contacto con ella. Ella contestó de inmediato. Y se escribieron, y mucho. Lamentaron su joven torpeza por no haberse atrevido a hablarse cuando eran casi niños y lamentaron los años que no pudieron disfrutar juntos. Se enamoraron y se prometieron amor eterno. En una especie de locura controlada, para no mancillar ni alterar ese amor, decidieron no verse nunca y mandarse solo fotos de cuando fueron jóvenes. Por escrito revivieron la juventud y la vida que jamás pudieron gozar juntos. Así, en secreto y a distancia, empezaron a envejecer el uno al lado del otro. Se escribían todos los días y todos los días se declaraban su amor. Revivieron una segunda juventud. En todo lo que hacían tenían un pensamiento para el otro. En los momentos de flaqueza encontraban fuerzas en el otro y las alegrías, al compartirlas, parecían dobles. Así, arruga tras arruga y achaque tras achaque, a fuego lento, sin apenas darse cuenta, envejecieron felices.

Hasta que, de repente, ella dejó de tener noticias de él. Ese día se lo pasó delante del buzón. Nada. De preocupada pasó a estar desesperada. ¡Algo debió ocurrirle! Pasaron los días y las semanas y no recibía noticias suyas. La angustia, que no podía compartir, era insoportable. Estaba dispuesta a aceptar cualquier cosa, por terrible que fuese, con tal de saberlo. Su desespero era como el de quien no consigue recuperar el cuerpo de un ser querido: necesitaba encontrar sus restos.
Sumida en la impotencia y en la desesperanza, unos meses después, súbitamente, el nombre de su amado reapareció en la pantalla. El corazón le dio un vuelco y contuvo su impulso por abrir el mensaje. ¿Qué noticias traería? ¿Qué habría detrás? ¿Y si no es él? ¿Y quién, si no, iba a ser? Y, si es él, ¿qué me dirá? Así, lo estuvo pensando durante días y días, sin atreverse a abrir la misiva. Varias semanas después, no llegaba ningún otro correo. Entonces, en un acto dramático, casi heroico, decidió borrar el mensaje sin abrirlo. Al fin y al cabo, ya tenía sus restos...

Por Víctor Pérez - © 2010 en adelante


lunes, enero 11

De película...

Gonzalo esperaba visita. Había quedado con esa chica para ir a cenar. Hasta ahora solo fueron unos cafés y unas copichuelas. Revisó la habitación única de su pisito: todo estaba en orden. La cama, ancha y a ras de suelo, tenía un cabezal bajo de cuadradillo metálico dorado. Pese a ser de segunda mano, se le antojaba coqueta y prometedora. Sonó el timbre. Se desabrochó dos botones de la camisa y, con cara del James Dean de ‘Rebelde sin causa’, se miró al espejo. Abrió la puerta y ahí estaba ella, apoyada sobre el marco, deslumbrante: chaqueta y pantalones vaqueros ajustados, camisa blanca ceñida y pelo negro suelto. Le recordó a Kim Basinger en ‘Cita a ciegas’ pero en morena. Gonzalo, pese a su experiencia, se sintió turbado.
- Hola, le dijo, poniendo voz de Sean Connery, o, mejor dicho, de Constantino Romero.
- Hola, contestó ella con voz dulce y radiante sonrisa. ¿Estás listo?
Incapaz de resistir a tanto estímulo, la atrajo hacia sí cerrando la puerta de un taconazo. Con gesto precipitado le quitó la chaqueta que tiró sobre su silla única: su camisa transparentó un sujetador de encaje que amparaba a unos pechos profusos y fulgentes de los que Gonzalo casi no podía apartar la mirada. Con decisión, la cogió entre sus brazos y se fundieron en un beso como él no recordaba haber deseado nunca antes. Con destreza, ella le quitó la camisa y él, con alguna enganchada, le quitó la suya liberando así su piel tersa y sedosa de la que se desprendió un delicado perfume embriagador. Sin separarse de ella, sin interrumpir su apasionada unión oral, la acercó a la cama y, como buen romántico que se preciaba, en un gesto similar al que Clark Gable perpetuó con Ava Gardner en 'Mogambo', la agarró por la cintura para tumbarla lentamente sobre la cama, como a cámara lenta. Pero Gonzalo no era Clark Gable ni había ensayado antes ese movimiento sobre una cama tan baja: desequilibrados, se desplomaron sobre el lecho con tan mala fortuna que el cráneo de la pobre chica golpeó el cabezal de hierro. Pasaron la noche juntos, sí, pero en Urgencias: doce puntos de sutura en una brecha de siete centímetros que no atendió precisamente el equipo del Clooney.
Desde el día siguiente y los sucesivos, por más que se empeñó no consiguió saber nunca más de ella…

Por Víctor Pérez - © 2010 en adelante


viernes, enero 1

El paseo...

Lo asearon y perfumaron. Le pusieron una camiseta nueva con un número detrás y le prometieron que la carrera iba a ser un paseo agradable y placentero. Vítores y fanfarrias. Iba a tener el gran honor de ser el único corredor. Lo situaron en la recta de salida y, a paso ligero, empezó su carrera. La regla única era sencilla: no podía detenerse. Apenas salió, en la Franja de Gaza fue sacudido por un sinfín de explosiones con nombre premonitorio: “Plomo Fundido”. Aterrado, huyó corriendo. Mientras, de fondo, como un conjuro incesante, sonaba una palabra: crisis. Y con ella, otras: corrupción, desempleo, desesperación... Mientras, millones de gargantas multicolores aclamaban al primer sucesor negro de Lincoln. De repente, en México estallaron voces alarmistas de pandemia: una gripe porcina, que por razones estéticas bautizaron con nombre alfanumérico, amenazaba a la humanidad. Los laboratorios iniciaron una carrera frenética para obtener una vacuna que salvara no se sabe muy bien a quién. Más adelante, el corredor-paseante oyó gritos de terror surgidos de un terremoto en Italia y de aviones caídos en el Atlántico y en el Índico. Anacrónicos, del fondo del mar emergieron piratas desaliñados y con cara de chicos malos. En Irak, Afganistán y Pakistán, el corredor conoció el terror. Pero también en Sri-Lanka donde los muertos por bombardeos cayeron a miles. Y en Sumatra: por un seísmo, más de 6000 muertos y cientos de miles de refugiados. Mientras, el corredor descubrió que más de 16000 niños seguían muriendo de hambre y desnutrición cada día, sí sí, cada día, mientras señores elegantes con cara de chicos buenos seguían hablando de crisis. El corredor tuvo que atravesar una ola de frío de muchos grados bajo cero mientras los señores hablaban y hablaban del Calentamiento Global de la Tierra en el mercado mundial de compra-venta del CO2. Extenuado, desconcertado e irritado, el corredor, infringiendo la regla única, decidió detenerse definitivamente. En ese momento, justo delante de él, entre efluvios de perfume y vítores, salió disparado otro corredor. A sus espaldas llevaba un número grande y redondo: 2010.

Por Víctor Pérez - © 2009 en adelante

La soledad del corredor de fondo.

lunes, diciembre 28

Menú Gastronómico de Fin de Año

Atento, el Maître observaba cómo esos dos clientes, acaso padre e hijo, disfrutaban del Menú Gastronómico de Fin de Año. La calidad y la variedad del menú especial de su restaurante no eran para menos: de aperitivo tomaron un Rollito de Salmón Ahumado y Piña, Foie-gras Fresco en Tosta y cuatro Ostras Vivas de "Arcade" al Dom Perigon, de primero una Langosta a la Cardinal, con Nido de Taglioni de Pasta Fresca, con un Marqués de Vizhoja Gallego y, de segundo, una Pularda de "Bresse", Asada y Deshuesada, con Relleno de Castañas, acompañada de un Rioja Vega Reserva del 2001. ¡Mucho tiempo debería de pasar antes de que él, con su sueldo de maître, pudiese permitirse una comida de ese nivel! –pensaba, mientras observaba la sala con sus veinte mesas completas.
Ya en los postres -Pastel de Trufas y Mousse de Maracuyá con Frutos Rojos- el mayor de los dos comensales llamó discretamente al Maître:
- ¿Señor? -acudió el Maître, solícito y obsequioso.
- Por favor, me podría decir qué es esto -preguntó el cliente, en voz baja y mascullando las palabras, mostrando con la punta de la cucharita su Pastel de Trufas.
El Maître, intrigado, se fijó en el plato.
- No puede ser, no puede ser -repitió en voz baja una y otra vez: en la muesca de la trufa de chocolate, asomaba su cabecita una cucaracha negra.
La primera intención del Maître fue la de llevarse el plato pero el cliente, autoritario, se lo impidió:
- ¡Ni hablar! Quiero que venga inmediatamente el Chef o el Director -inquirió el cliente en voz baja y entre los dientes, pero con una determinación aplastante.
El joven que le acompañaba, visiblemente indispuesto, tuvo un conato de arcada. El Maître se dirigió a la cocina y tardó algunos minutos en volver:
- Señores, les presentamos nuestras más sinceras disculpas y, en compensación por esta desagradable circunstancia y como atención a su valiosa discreción, les rogamos se consideren nuestros invitados.
- Nuestros abrigos, por favor -pidió el cliente.
Con cara de circunstancias pero silenciosamente, los dos hombres desaparecieron por la puerta del restaurante.
En la cocina, ya con el postre en la mano, el Chef le lanzó de repente un grito al Maître:
- ¡Serás infeliz! ¡Si es una cucaracha de plástico!

Por Víctor Pérez - © 2009 en adelante

Murillo - Chicos comiendo fruta

sábado, diciembre 26

En acto de servicio

Como todas las mañanas, a eso de las 9, Carmen se pasó por Gertrudis.
- ¿Qué? ¿Ya estás lista?
- Sí, ya salgo.
- Y abrígate que hace mucho frío, que a nuestra edad ya no podemos descuidarnos.
Por el camino se encontraron con Rafaela:
- Hoy vamos un poco retrasadas –dijo esta, a modo de saludo.
- Espero que ya funcione la calefacción –respondió Carmen.
Cuando llegaron, Rosa ya estaba allí.
- ¡Huy, qué calentito! ¡Qué bien se está aquí hoy! –comentó Carmen al entrar.
- Ay, hijas, pensé que ya no vendríais –saludó Rosa.
- ¡Qué cosas tienes, cómo no vamos a venir! –contestó Gertrudis.
- Poca gente aún ¿verdad? –preguntó Carmen.
- Solo una chica embarazada de seis meses, con algunas molestias. Apenas si he podido hablar con ella. Como no había nadie, ha entrado de inmediato. Antes salió el hijo del frutero, con gripe.
- Esperemos que no sea tan aburrido como ayer y que llegue más gente.
- Al menos estaremos calentitas.
La puerta en la que un rótulo rezaba “SECRETARIA” se abrió y la titular asomó la cabeza:
- Ah, hola. Ninguna de ustedes viene para el Doctor, ¿verdad?
- Dios nos libre, hija. Ya sabes que estamos aquí en acto de servicio –contestó Rafaela muy seria.
- Apoyo emocional al paciente, que se podría decir –añadió Rosa con amplia sonrisa, apartando un momento la vista del ganchillo que tenía entre manos.
- Eso –dijo Carmen- algo así como una ONG de barrio pero sin cuotas.


Por Víctor Pérez - © 2009 en adelante


¿Dónde pasaron el ganchillo
el punto
 y el encaje de bolillo? 

¡Qué tiempos aquellos...! 



domingo, diciembre 20

Lectura voraz

A Jorge y Lidia les sorprendió la extrema atención con que la delicada y frágil ancianita que estaba sentada frente a ellos leía el libro que tenía entre las manos. Tal era su concentración que ni los frenazos del autobús ni las bruscas aceleraciones o las curvas le hacían apartar los ojos de la página. El libro estaba forrado con papel de periódico, a la vieja usanza de quienes, no teniendo grandes recursos, protegían de forma responsable ese bien que no les pertenecía: el libro prestado. En voz baja, Lidia le dijo al oído a Jorge: -“Lo que el viento se llevó”. Divertido, Jorge sonrió. A los pocos segundos le dijo a Lidia al oído: -“Guerra y Paz”. Al poco tiempo, Lidia aventuró: -“Los Miserables”. Turno de Jorge: -“Cien años de soledad”. Lidia: -“La Divina Comedia”. Jorge: -“Ana Karenina”. En eso que el autobús pegó un frenazo más brusco que de costumbre y los dos amigos se vieron con la ancianita y el libro entre los brazos. Tras las disculpas y las gracias de rigor, todo el mundo volvió a su sitio pero no sin que antes, Lidia, a quién le tocó el libro, le echara un ávido vistazo al título. Jorge, impaciente, reclamó información: -¿Qué? -Lidia, como sacudida todavía por el frenazo, le dijo muy bajo al oído: -”Los 120 días de Sodoma”, del Marqués de Sade! -Los dos estudiantes de literatura se miraron sorprendidos y, en silencio, discretamente, casi estallaron a reír.

Por Víctor Pérez - © 2009 en adelante
Fragonard: "La lectrice"

sábado, diciembre 19

La fuga

- Oscar, ¿acaso sabes el susto que me has dado? ¡Toda la mañana quién sabe por dónde! ¡Te estuve buscando por todas partes y no te encontré! ¡Ya no sabía a quién llamar o a quién acudir! ¿Te das cuenta de que te podía haber atropellado un coche? O peor aún: ¿Te imaginas si alguien te llega a secuestrar? ¿Dónde hubiese tenido yo que ir a buscarte? ¿Qué hubiera sido de mí sin ti? ¿Qué te hubiese ocurrido por ahí fuera con la de gente mala que hay suelta? ¡Que no se te ocurra hacerme esto nunca más! ¿Me oyes? ¡Nunca más!
A María se le rompió la voz y acabó su reprimenda entre sollozos desconsolados. Mientras, Oscar, sentado frente a ella, con los oídos y los ojos bien atentos, sin parar de mover la cola, no dejaba de mirar las manos de su ama esperando que le diera de una vez por todas la galletita con sabor a ternera que tanto le gustaba.

Por Víctor Pérez - © 2009 en adelante



















Oscar, el aventurero paciente.


domingo, diciembre 13

La compra semanal (cuento de Navidad)

A la señora Isabel le encantaba la sección de alimentación del hipermercado vecino. Durante toda su vida había tenido que comprar por “cuarto y mitad” en los colmados de barrio pero ahora, en este supermercado, lo tenía todo al alcance de la mano. Solía ir los viernes por la mañana. Como siempre, elegía con gran esmero los productos: leía sus contenidos y comparaba unas marcas con otras hasta que se decidía por alguna, fijándose bien en el precio. Así, ese viernes anterior a Navidad, con más ilusión que nunca, fue llenando el carrito hasta los topes: conservas de todo tipo, embutidos envasados, carnes empaquetadas, yogures, etc., etc., sin olvidar, por ser días tan señalados, algunos turrones, una caja de polvorones, alfajores, roscos de vino, salmón ahumado, una latita de caviar y hasta una botella de buen vino espumoso… Total, ¡un día es un día! -se dijo. En esa víspera de Navidad, Isabel era la mujer más feliz del mundo empujando su carrito por los pasillos del súper. Al final de su recorrido, a eso de mediodía, se presentó en la caja nº 7 en la que, como casi siempre, estaba Rocío. Después de esperar pacientemente su turno, se saludó con ella.
- ¿Qué lleva hoy, señora Isabel? Ah, estos espaguetis con esa salsa salen riquísimos. A mí me encantan. Será 3 euros con 10 céntimos. ¿Dónde nos ha dejado el carro?
- Donde siempre, hija, al lado de la entrada del almacén de comestibles.
- Muy bien. ¿Algún congelado?
- No hija, ya sabes que nunca.
- Estupendo. Hasta la semana que viene y ¡feliz Navidad!
- Feliz Navidad, hija, y muchas gracias por todo.

Por Víctor Pérez - © 2009 en adelante

Carrito lleno de ilusiones...





martes, diciembre 8

Una cena de Navidad inolvidable

Esperó unos instantes en la antesala hasta que el maître le indicó la mesa que había reservado el día anterior.
- ¿Le dejo el paquetito en recepción, señor Torrealta? –propuso el maître al tiempo que miraba el paquete regalo con lazo rojo que el cliente dejó sobre la mesa.
- No gracias, no se preocupe.
El señor Torrealta aceptó algunas de las sugerencias de la inolvidable cena de Navidad que le propuso el maître. Este restaurante, al igual que los clientes, es de gran categoría, pensaba mientras saboreaba el paté con puré de manzana y reducción de mosto, acompañado por un magnífico Laurent-Perrier Brut. Al paté le siguió un exquisito carpaccio de ternera con vinagreta de pera al azafrán. Luego, de segundo, llegó el espléndido bogavante a la sal. Parsimonioso, saboreó lentamente su cena. A eso de las once, cuando apenas había empezado el postre -natillas a la menta- el maître se le acercó y, en voz baja, le preguntó:
- Señor, ¿es suyo un Mercedes azul que aparentemente está mal aparcado?
- Ah, sí, en efecto. No pensé que molestaría demasiado.
- Bueno, no se preocupe. Termine tranquilo su cena, nosotros se lo retiramos, al parecer, el otro conductor, un joven, está algo alterado…
- Gracias, pero es que para arrancar necesito introducir una clave. Ya me encargo.
Al cabo de un rato, uno de los camareros le preguntó al maître por el cliente de la mesa 12.
- ¿Cómo? ¿No ha vuelto?
- No, pero se ha dejado el postre y el regalo en la mesa.
- ¡Déjame ver! - dentro del paquete, que el maître abrió precipitadamente, había un papelito en el que ponía “¡Feliz Navidad!”. ¡Maldita sea! ¡Son los famosos timadores de restaurantes! ¡Los muy cabrones nos la han pegado a nosotros también! ¡Mierda, mierda, mierda! -gritaba el maître al tiempo que, desquiciado, pisoteaba la caja regalo ante la mirada de los comensales atónitos.

Por Víctor Pérez - © 2009 en adelante

El Greco - Caballero de la mano en el pecho

domingo, noviembre 29

El último semáforo

Jorge debía irremediablemente preguntar por su ruta en ese último semáforo, antes de meterse en la autopista. Pero no había nadie en él. Si perdía su salida, le tocaría recorrer al menos treinta kilómetros más y, lo que era peor, llegaría tarde a su entrevista de trabajo. En ese instante, a su derecha se detuvo un flamante Mercedes. Al volante estaba un señor de unos sesenta años y de aspecto altivo. Su boca dibujaba el típico rictus del empresario insatisfecho con la cuenta de resultados. Además, el hombre debía de estar enfermo porque no dejaba de sacudir la cabeza. Jorge casi no se atrevía a preguntarle pero debía hacerlo. Sacó la cabeza por la ventanilla del lado pasajero y, con gesto respetuoso, le pidió que bajara el cristal. A Jorge le pareció que, de frente, la cara del señor era aún más impresionante. Sin inmutarse, el empresario disgustado pulsó el botón para bajar la ventanilla. De repente, del interior del Mercedes salieron, atronadores y ensordecedores, los acordes más estridentes del estribillo de “I can’t get no” de los Rolling Stones. Al ver la cara conmocionada de Jorge, el hombre, con una ligera mueca a modo de disculpa, detuvo inmediatamente la música. Algo atolondrado, Jorge acertó a duras penas a preguntarle por la salida de Chinchón…

Por Víctor Pérez - © 2009 en adelante
Carl Fredricksen

miércoles, noviembre 25

El gancho...

El supermercado no era demasiado grande y su único vigilante lo tenía todo controlado. Así, el hombre, plantado en la entrada, vio cómo detrás de dos amas de casa entró un señor de unos cincuenta años, elegante, cubierto con un amplio abrigo oscuro. Le saludó con una amable sonrisa de bienvenida. Detrás del señor entró un joven, camisa fuera, cabeza gacha y mirada furtiva. De inmediato, al vigilante se le dispararon las alarmas y, sin perderlo de vista, le siguió a distancia para, más tarde, casi pegarse ya a él durante el buen rato que estuvo en el súper. Con seis años de servicio, el hombre podía oler a los raterillos a la legua. El chico dio una vuelta por el supermercado hasta detenerse en ferretería. Allí, miró y toqueteó casi todo: herramientas, grifos, bombillas... El nivel de alerta del vigilante estaba al máximo. Finalmente, de forma ostensible, el joven cogió un ganchito blanco con base autoadhesiva, de esos que se usan para colgar algo en la cocina. (¡Un gancho! ¿Para qué querrá este un gancho? -pensó el vigilante.) Tras un par de vueltas más por el súper, el joven se dirigió a las cajas para pagar su gancho. El vigilante, sin perderle ojo, se plantó delante de la puerta de salida en actitud firme hasta que salió. Contento por haber hecho bien su trabajo impidiendo un robo seguro, el hombre siguió velando por la seguridad del local, mirando de lejos a las amas de casa habituales.
Ya en el aparcamiento, el chico se metió en una furgoneta destartalada. En su interior, el señor elegante de abrigo oscuro aún estaba extrayendo de sus numerosos bolsillos un sinfín de artículos de todo tipo, a cual más caro…

Por Víctor Pérez - © 2009 en adelante

Arsène Lupin

jueves, noviembre 19

La cita

Marisa estaba muy nerviosa: por primera vez en mucho tiempo, tenía una cita. Sus amigas, entusiasmadas, no pararon de darle consejos mientras se acicalaba frente al espejo:
- Y ya sabes, no dejes que te tome de la mano demasiado pronto -le dijo Ana con voz temblorosa, embargada por la emoción.
- Y nada de sentaros en una terraza al aire libre, que luego la gente habla mucho -avisó Feli.
- Y que no se te ocurra pedir cerveza, toma horchata -le advirtió Pilar.
- ¡Deja ya de pintarte, chica! ¡Que tampoco te hace tanta falta! -le dijo Toñi, refunfuñando.
- Esa blusa tiene demasiado escote y se transparenta, ¿no os parece? -opinó Luisa, en tono severo.
En vez de tranquilizarla, la profusión de consejos la soliviantaba aún más. Pero sabía que ella hubiese actuado igual.
Hecha un flan, Marisa salió por la puerta y Pilar, con una risita de quinceañera, le recordó:
- No te olvides de preguntarle si tiene amigos, ¡que somos muchas y libres como el viento! ¡Jijiji!
Ya estaba en la parada de autobús que se encontraba justo enfrente de la residencia "El descanso de las abuelitas", cuando Feli le gritó:
- ¡Marisa, no vuelvas tarde! ¡Recuerda que a las diez cierran la puerta de la residencia!

Por Víctor Pérez - © 2009 en adelante
Nunca es tarde para la ilusión.

lunes, noviembre 16

La espera...

A esas horas de la mañana, la cafetería estaba abarrotada. Como todos los días, las mismas parejas tomando café y los mismos grupos de mujeres charlando y riendo animadamente. Tras echar una larga ojeada por las mesas ocupadas, se acercó a la barra, frente a la estrepitosa máquina de café y, como todos los días, pidió un café con leche y una magdalena. Con una tímida sonrisa, le preguntó al camarero en un susurro:
- Antonio, ¿ha llegado mi mujer de la compra?
- No, señor Juan, hoy no la he visto por aquí.
Lentamente, mojaba la magdalena en el café mientras miraba ansiosamente hacia la puerta cada vez que alguien entraba. Al cabo de un buen rato pagó y se marchó, no sin antes mirar una vez más a su alrededor.
Antonio, el camarero, le siguió con la mirada. Hacía tres años que el señor Juan le preguntaba lo mismo todas las mañanas: el anciano no se resignaba a la idea de que su mujer ya no volvería nunca más…

Por Víctor Pérez - © 2009 en adelante

Vincent van Gogh - Dr. Grachet

sábado, noviembre 14

Ciber-ligue...

Por primera vez en su vida, Ramón, felizmente casado, iba a intentar iniciar una aventura. En el fondo, era más por vanidad que por otra cosa.
Todo empezó tres meses atrás: chateando en la red entabló conversación con “Ana”. Ese día, por fin, iba a conocerla. Él era “Luis”. Se citaron en una de las cafeterías de un conocido centro comercial del extrarradio. Como jamás intercambiaron fotos, Luis, es decir Ramón, iría con un periódico en la mano y Ana con una revista. Pero Ramón, por cobardía, fue a la cita sin el periódico. Ya localizaría a Ana con su revista, se dijo. ¡Claro que también ella podía hacer lo mismo! Bueno, ya improvisaría. Apenas entró en la cafetería, con unos estudiados minutos de retraso, se llevó una sorpresa descomunal: en la primera mesa, mirándolo con ojos como platos, estaba María, su mujer, delante de un café.
- Pero... ¿qué haces tú aquí? -preguntaron los dos a la vez.
- Pues… acabo de salir de ver a un cliente -dijo él, con cierto aplomo. ¿Y tú?
- Pues yo había quedado con Pili para ir de tiendas por aquí pero me acaba de llamar diciendo que ha tenido un contratiempo y que finalmente no puede venir, ¿me acompañas?
- ¡Vale! -contestó Ramón al tiempo que, de soslayo, miraba por la cafetería donde no vio ninguna mujer sola…

Por Víctor Pérez - © 2009 en adelante


Bistrot "Les deux magots" Saint Germain des Prés - Johanson 


jueves, noviembre 12

Los 60...

A sus sesenta años, Pedro aún viajaba mucho a causa de su trabajo de representante de comercio. A la hora de la comida, para aliviar su soledad, se inventó algunos juegos mentales. Uno de estos juegos era contar los comensales que, en apariencia, eran mayores que él. En general, la proporción siempre era muy baja: en muchas ocasiones él era el de mayor edad. A causa de estos resultados, que decidió negativos, el juego se fue tornando poco a poco en obsesión. Hasta el día en que llegó temprano al restaurante de un área de servicio en el que comía un grupo de jubilados pertenecientes a la asociación de jubilados del país. Los números le salieron favorables y se sintió rejuvenecido. Desde ese día decidió detenerse sólo en los restaurantes en cuyo aparcamiento hubiese algún autobús. Los días en que después de varios intentos no encontraba ninguno, se quedaba sin comer...

Por Víctor Pérez - © 2009 en adelante

Hip hip hurrah! de Peter Severin Krøyer

lunes, octubre 5

Solidaridad con los 33 de Chile

Comentario relacionado con la entrada "Secuelas profundas"


Vaya desde aquí mi más cordial adhesión a esos hombres y sus familias que tan mal lo pasaron en el fondo de esa mina. Pienso, sobre todo, en los primeros 17 días durante los que la incertidumbre y el silencio pudieron haber acabado con la esperanza de ser hallados.
Así como lamento la forma en que mercaderes de toda clase se han aprovechado y se van a aprovechar de la penosa experiencia que les tocó vivir, espero que sean los mineros y sus familias quiénes a partir de ahora salgan plenamente beneficiados.

Tampoco quiero olvidarme de los cientos y cientos de mineros que cada año mueren en otras regiones del mundo, sobre todo en China, sin que apenas sepamos nada de ello.

Víctor     

lunes, octubre 6

¿Aprenderemos algún día? ¿Cuál es el límite?

Imágenes relacionadas con el minirelato "Desolación".

¿Árboles del futuro? ¡No, gracias!



Un niño indonesio recoge bolsas en un río de Jakarta. Sin comentarios.
 
Ravi Pradhan - 10 años - Calcutta. Sin comentarios.

El petróleo y una de sus consecuencias.

Urge tomar medidas drásticas en los fondos marinos.



En China se usan 3000 millones de bolsas por día.
 

Singapur, sobreviviendo a la hecatombe.