Hacía ya varios días que estaba apresada entre las púas aceradas de la valla de alambre de espino. El sol, implacable por esas latitudes, se ensañaba con ella intentando achicharrarla, pero su piel lacerada, aunque blanca y fina, era tersa y resistía sus embates. Por la noche, el viento, ese mismo viento que la trajo de no se sabe dónde, la zarandeaba, la sacudía, la henchía para luego vaciarla y dejarla caer, jugando con ella como si fuese un pelele. A su alrededor se elevaban gemidos espeluznantes que, desgarrando la negritud de la noche, se alzaban al cielo para exigir una paz que no llegaba. Y es que, a lo largo de los muchos y muchos kilómetros de la valla que bordeaba la autopista, en la más aislada soledad colectiva, como ella, varios miles de otras bolsas de plástico seguían atrapadas entre las púas desde hacía años sin que nadie nunca las liberara...
Por Víctor Pérez - © 2010 en adelante
¿Hasta cuándo? |