domingo, noviembre 29

El último semáforo

Jorge debía irremediablemente preguntar por su ruta en ese último semáforo, antes de meterse en la autopista. Pero no había nadie en él. Si perdía su salida, le tocaría recorrer al menos treinta kilómetros más y, lo que era peor, llegaría tarde a su entrevista de trabajo. En ese instante, a su derecha se detuvo un flamante Mercedes. Al volante estaba un señor de unos sesenta años y de aspecto altivo. Su boca dibujaba el típico rictus del empresario insatisfecho con la cuenta de resultados. Además, el hombre debía de estar enfermo porque no dejaba de sacudir la cabeza. Jorge casi no se atrevía a preguntarle pero debía hacerlo. Sacó la cabeza por la ventanilla del lado pasajero y, con gesto respetuoso, le pidió que bajara el cristal. A Jorge le pareció que, de frente, la cara del señor era aún más impresionante. Sin inmutarse, el empresario disgustado pulsó el botón para bajar la ventanilla. De repente, del interior del Mercedes salieron, atronadores y ensordecedores, los acordes más estridentes del estribillo de “I can’t get no” de los Rolling Stones. Al ver la cara conmocionada de Jorge, el hombre, con una ligera mueca a modo de disculpa, detuvo inmediatamente la música. Algo atolondrado, Jorge acertó a duras penas a preguntarle por la salida de Chinchón…

Por Víctor Pérez - © 2009 en adelante
Carl Fredricksen

1 comentario:

Aire_Azul dijo...

Sur les apparences souvent trompeuses au quotidien...
J’ai été sensible aux phrases courtes qui dessinent en quelques mots toute une tranche de vie. Et je crois bien que les récits brefs demandent un style précis que tu réussis à ciseler avec délicatesse. Merci.