domingo, diciembre 13

La compra semanal (cuento de Navidad)

A la señora Isabel le encantaba la sección de alimentación del hipermercado vecino. Durante toda su vida había tenido que comprar por “cuarto y mitad” en los colmados de barrio pero ahora, en este supermercado, lo tenía todo al alcance de la mano. Solía ir los viernes por la mañana. Como siempre, elegía con gran esmero los productos: leía sus contenidos y comparaba unas marcas con otras hasta que se decidía por alguna, fijándose bien en el precio. Así, ese viernes anterior a Navidad, con más ilusión que nunca, fue llenando el carrito hasta los topes: conservas de todo tipo, embutidos envasados, carnes empaquetadas, yogures, etc., etc., sin olvidar, por ser días tan señalados, algunos turrones, una caja de polvorones, alfajores, roscos de vino, salmón ahumado, una latita de caviar y hasta una botella de buen vino espumoso… Total, ¡un día es un día! -se dijo. En esa víspera de Navidad, Isabel era la mujer más feliz del mundo empujando su carrito por los pasillos del súper. Al final de su recorrido, a eso de mediodía, se presentó en la caja nº 7 en la que, como casi siempre, estaba Rocío. Después de esperar pacientemente su turno, se saludó con ella.
- ¿Qué lleva hoy, señora Isabel? Ah, estos espaguetis con esa salsa salen riquísimos. A mí me encantan. Será 3 euros con 10 céntimos. ¿Dónde nos ha dejado el carro?
- Donde siempre, hija, al lado de la entrada del almacén de comestibles.
- Muy bien. ¿Algún congelado?
- No hija, ya sabes que nunca.
- Estupendo. Hasta la semana que viene y ¡feliz Navidad!
- Feliz Navidad, hija, y muchas gracias por todo.

Por Víctor Pérez - © 2009 en adelante

Carrito lleno de ilusiones...





4 comentarios:

Aire_Azul dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Aire_Azul dijo...

Ce conte résonne d’un écho différent des autres, Víctor. Du moins, ce me semble. Cette fois-ci, je crois même que tu as réussi en quelques lignes à faire sentir encore mieux la particularité du personnage en marge de nos activités et de nos envies, parfois bien vaines. Je ne le rangerai pas au compte des récits engagés, ces derniers sont le plus souvent bien trop lourds et peu littéraires.
Ici, pas de démonstration, tu nous sers une tranche d’une vie à part, qui joue un instant à faire « comme les autres ». Mais comme toute illusion, cela ne dure qu’un instant et l’aboutissement fait apparaître un autre personnage très humain : la caissière. Pourtant, la lecture de ce conte n’invite en aucun cas à de la condescendance, encore moins à de la pitié pour le personnage principal. Je n’ai pas lu ici le conte d’une folie ordinaire mais j’y ai plutôt vu une invitation à reconsidérer ce que l’on considère comme la « norme ».

C’est en tout cas ma lecture, et elle est évidemment toute discutable.

Merci Víctor. Et je crois que je vais relire ce conte une fois de plus avant de poster mon commentaire.
J’ai relu et n’ai presque rien changé.
Encore merci.

Josiane

Anónimo dijo...

Este señora Isabel me ha recordado una escena que viví en mi post-adolescencia.

Era también el día anterior a Nochebuena. Fuimos de compras por la calle Bravo Murillo, que nos habían dicho que había unas zapaterías baratísimas y unas niñas monísimas de veinte años nunca tienen bastante zapatos de fiesta.

Vimos una gran tienda de ultramarinos. Tenía grandes carteles de espejo a lo largo de la fachada con las curiosas leyendas "Aceites y Coloniales". Sin duda había que entrar a ver qué había en una tienda de "de aceites y coloniales".

Era como Pontejos, pero de alimentos. Un gran mostrador, gente agolpada esperando su turno y no sé qué decidimos comprar, quizá una chocolatina o un donuts para seguir con la razzia de compras.

Justo delante de nosotras había una señora mayor, de aspecto sencillo pero cuidado. El dependiente le había traído una botella de vino dulce. Lágrimas del Jabalón.

Yo me reí al ver el nombre. ¿Qué bazofia sería esa con semejante nombre? La señora miraba y remiraba la botella.

El dependiente miraba hacia otro lado entre cohibido y aburrido.

La señora dijo al final con una dicción humilde pero impecable:

-Ya, doscientas pesetas. ¿Y no tendría algo parecido un poquito más económico?
-No, señora. Esta marca es la única que trabajamos.
-Ah, pues muchas gracias.

Y soltando la botella, bajó la mirada, se dio media vuelta y se marchó.

Aún hoy, cuando ya no tengo veinte años, lamento no haberme atrevido a seguir mi impulso: haber comprado esa botella, haber corrido tras ella y habérsela regalado.

Al fin y al cabo al día siguiente era Nochebuena.

De vez en cuando brindo a su salud y espero que haya podido tomarse su copita de vino o echarle un chorrito a la masa de las rosquillas sin tener que hacer un esfuerzo para ello.

Felices Fiestas, Víctor.

Tu amiga "anónima".

Víctor Pérez Pérez dijo...

Muchas gracias, "amiga anónima", por compartir con nosotros esa hermosa vivencia. Uno llega a preguntarse que dónde estaríamos si nos dejáramos llevar por todos los impulsos solidarios que experimentamos a lo largo de nuestra vida. Probablemente seríamos más pobres en dinero, aunque, eso sí, más ricos en satisfacciones. La pregunta siguiente sería: ¿es eso suficiente?
Felices fiestas para ti también.
Víctor